Buscando a Amélie

Desde las primeras líneas de esta novela nos preguntábamos si realmente aún quedaría  la huella que probara la existencia de Amélie,  la Petite Poulbot, que rompió el corazón de Francisca y que conmocionó a todos aquellos que la conocieron.

 

A pesar de que Francisca le había explicado a su hija Carmen que Amélie había muerto en la más tierna infancia en París, y que sus restos reposaban en el cementerio de Montmartre, la verdad es que, por mucho que tratamos de indagar, no encontramos ni rastro de ella, hasta el punto de cuestionarnos la veracidad de la historia.

 

Después de muchos meses de fallidas búsquedas siguiendo hilos de rastros desdibujados, José María me pidió que visitara de nuevo París.

 

Moví cielo y tierra, solicitando en persona registros de nacimiento y defunción, tanto en la Mairie como en el cementerio de Montmartre. Aunque me brindaron una atención excelente, la búsqueda en los archivos era tan dificultosa que la esperanza empezaba a flaquear. No obstante, mi intuición me decía que ese viaje no sería en vano.

 

Una noche del mes de septiembre de 2023 entre libros y notas esparcidos por la cama de aquella habitación Montmartrense, a punto de rendirme, probé una última búsqueda en los registros digitalizados y... ¡allí estaba ella, Geneviève Amélie Olympe Túrrez! El hallazgo de su partida de nacimiento y su deceso, obviamente, me emocionaron. Una sensación agridulce me llevó a un llanto donde se mezclaba la alegría de haberla encontrado y el sentimiento de dotar a la novela de una mirada triste y real. Habíamos rescatando a Amélie del pozo del olvido.

 

Al día siguiente visité el cementerio de Saint Ouen hasta dar con la fosa común donde descansaba Amélie.

 

Mònica Esquivel

Registro de nacimiento

Registro de defunción 


  Drogas y adicciones

 

Al amparo de la expansión colonial, el opio llegó a convertirse, entre 1880 y 1914, en un hobby tan pertinente desde el punto de vista social como el croquet o el tiro al pichón. «La caza del dragón» era por entonces una actividad tolerada, hasta tal punto que era habitual que una gran burguesa iniciara a su hija de tierna edad en el disfrute de las embriagantes volutas. Un día incluso llegaron a pillar al general Boulanger pinchándose en los mismísimos jardines del Elíseo.

Más de la mitad de las prostitutas de Montmatre eran adictas. Las sobredosis llegaron a ser un fenómeno cotidiano. Cuando se declaró la guerra en 1914, había decenas de miles de cocainómanos en toda Francia. Así, luego se veía «pilotos de caza llenarse de cocaína las narices antes de ir a combatir al cielo». Solo en París se contabilizaban cincuenta mil morfinómanos. Uno de cada cuarenta habitantes. 

 

Echemos un vistazo a la prensa: 

La última ha sido una pobre muchacha, de una veintena de años. Victoria Chene, morfinómana, que acaba de morir en Argers. La lista de víctimas aumenta. No hay día en que no se señale uno de estos extraños suicidios (…) Clandestinamente funcionan los fumaderos de opio. Damas de distinción y señoritas con bastante trapío se consagran a buscar sensaciones… (La Correspondencia de España, 1908)

Los morfinómanos están más generalizados: pero los eterómanos que se pasan horas y horas oliendo un algodón empapado en éter, abundan aquí más que en ninguna parte. Sin embargo, nada causa tantos estragos como la cocaína, cuyo uso se extiende… (La Correspondencia de España, 1911)

 

Medio París se ha aficionado al éter, la morfina, la cocaína y al opio. Las funestas drogas han comenzado a invadir los cenáculos estudiantiles y amenazan corromper a toda una generación. (ABC, 1913)

 

Los desórdenes y las pasiones causados por el uso clandestino de tóxicos, especialmente del opio (…) y la morfina han aumentado hasta alcanzar proporciones espantosas. (Discurso del diputado socialista Jean Colly, 1913)

 

Fabrice Gaignault 

Ocultismo en los cabarets

Curiosidades que pocos se atreven a contar

 

A finales del siglo XIX e inicios del XX nace un a afán tan inusitado como  abrumador hacia el mito del ocultismo. Sobre todo durante la Belle Époque resurge el culto a la muerte, el esoterismo y a todo lo inexplicable. 

 

Y aunque a muchos de nosotros nos parezca impensable, ya por entonces, existía la unión de dos palabras; cabaret y ocultismo. Nos sorprendería descubrir que en ese Montmartre efervescente, cabían todo tipo de gustos, incluso los más macabros.

De ahí surgieron tres conocidos Cabarets; Cabaret de L’Enfer, Cabaret du Néant y Cabaret du Ciel. A cual de ellos más peculiar y siniestro. Estos acogían multitudes, pero cabe destacar que la alta sociedad, artistas y curiosos eran la clientela habitual.

 

Pasillos estrechos, diablos fustigando, salas negras con candelabros , calaveras por doquier, un sinfín de salas; la de Intoxicación, decorada con mesas de ataúdes, la de Desintegración o Cámara de las Almas y muchas más como la Cueva de las Ofensas y de los Espectros, donde el espectáculo daba rienda a la necrofilia.

 

Los camareros atabiados como enterradores ofrecían a los visitantes  sus certificados de defunción por sólo dos céntimos”. 

 

En estos tugurios las bailarinas, obviamente, ofrecían rituales tan funestos y sensuales que concluían en cualquier sala oscura donde el silencio se mordía, se rompía entre gritos tortuosos con atisbos de placer, para aquellos que buscaban el límite.

 

La práctica del espiritismo se amplió a otros cabarets de Montmartre como curiosidad y de forma simbólica, donde las salas reservadas lo permitían.

 

Mònica Esquivel

 

 


 

 

  

 

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